Un amigo me mandó fotos de 20 iglesias
hermosas del mundo. Ubicadas en sitios distantes como Islandia e India, cada
una de ellas es arquitectónicamente singular.
El lugar más hermoso para adorar en la
época de Jeremías era el templo de Jerusalén, que el rey Josías acababa de
reparar y restaurar (2 Crónicas 34–35). Los israelitas estaban aferrados al
magnífico edificio (Jeremías 7:4) y pensaban, insensatamente, que tener esa
construcción allí significaba que el Señor los protegería del enemigo.
Sin embargo, Jeremías les señaló el
pecado en sus vidas (vv. 3, 9-10) y les declaró que a Dios no le impresionaban
los edificios hermosos construidos en Su nombre si los que asistían no tenían
belleza interior, en el corazón. Al Señor no le interesa la adoración legalista
externa que no brota de una santidad interna. Y es un error pensar que Él
protege a las personas simplemente porque cumplen con sus actividades
religiosas.
El solo hecho de leer la Biblia, orar y
tener comunión con otros creyentes no significa que Dios esté obligado a hacer
algo por nosotros. No podemos manipular al Señor. El propósito de estas
actividades externas es desarrollar nuestra comunión con Él y ayudarnos a vivir
de manera diferente a las personas que nos rodean en este mundo.
Recuerda: Es imposible manipular a Dios. (RBC)