¿Qué es lo más grandioso de los deportes?
¿Los campeonatos? ¿Los récords? ¿Los premios? En la Palestra, el estadio de
baloncesto de la Universidad de Pensilvania, una placa presenta una perspectiva
diferente sobre este tema. Dice: «Ganar el juego es grandioso. Participar en el
juego es más grandioso aún. Pero amar el juego es lo más grandioso de todo». Es
un recordatorio estimulante de que los deportes son, en esencia, simplemente
los juegos que jugábamos alegremente de niños.
Una vez, un líder religioso le preguntó a
Jesús sobre la grandeza: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento…?» (Mateo
22:36). El Señor le respondió desafiándolo a amar: amar a Dios y a los demás.
Jesús dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es
semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37-39).
Aparte de cualquier otra cosa que nuestra fe
en Cristo nos impulse a realizar, no hay nada más grandioso que podamos hacer
que demostrar nuestro amor, porque el amor revela el corazón de nuestro santo
Padre celestial. Después de todo, «Dios es amor» (1 Juan 4:8). Es fácil
distraerse con cosas de menor importancia, pero nuestro objetivo debe
permanecer en lo más grandioso: amar a nuestro Dios. Esto, a su vez, nos
permite amarnos unos a otros. No hay nada más grandioso.
La prueba de nuestro
amor a Dios es obedecer sus mandamientos. (RBC)