El salmista estaba harto del «menosprecio de
los soberbios» (Salmo 123:4). Quizá tú también. Es probable que tus vecinos,
tus compañeros de trabajo o de escuela se burlen de tu fe y de tu decisión de
seguir a Cristo. Los palos y las piedras nos quiebran los huesos, pero las
palabras pueden dañarnos mucho más profundamente. En su comentario sobre este
salmo, Derek Kidner se refiere al menosprecio como «acero frío».
Podemos eludir la burla de los orgullosos
volviéndonos como ellos o considerar sus intentos de humillarnos como una
medalla de honor. Podemos regocijarnos de ser «tenidos por dignos de padecer
afrenta por causa del Nombre [de Jesús]» (Hechos 5:41). Es mejor soportar la
vergüenza por un tiempo breve que padecer «confusión perpetua» (Daniel 12:2).
No debemos ser como los escarnecedores y
burlarnos de ellos, sino que tenemos que bendecir a los que nos persiguen.
«Bendecid, y no maldigáis», nos recuerda Pablo (Romanos 12:14). De este modo,
Dios podrá atraerlos hacia la fe y el arrepentimiento, y convertir nuestros
momentos de vergüenza en gloria eterna.
Por último, como nos aconseja el salmista,
debemos mirar «a Jehová nuestro Dios» (Salmo 123:2). El Señor nos entiende como
ningún otro lo hace, porque Él también soportó reproches. Se compadecerá de
nosotros según Su infinita misericordia.
Cuando el trato de los demás te echa abajo, mira hacia
arriba a Dios. (RBC)