El primer empleo de Patricio fue trabajar en
el turno de noche de un supermercado. Después de la hora de cerrar, él y otros
empleados reponían artículos en los estantes. Su jefe les había enseñado a
colocar siempre las latas de sopa con la etiqueta hacia adelante, para que
pudiera leerse fácilmente. Pero había ido un poco más allá al decir:
«Asegúrense de que miren hacia adelante…incluso hasta la tercera lata». Una noche,
mientras Patricio ordenaba los estantes, sus compañeros de trabajo empezaron a
burlarse, diciendo: «Solo asegúrate de que la primera lata esté colocada
correctamente. ¿Quién se va a dar cuenta?».
Fue un momento clave de decisión para el
joven. ¿Debía obedecer lo que le había pedido su jefe que hiciera o simplemente
haría lo más fácil?
Todos hemos estado en situaciones donde
tuvimos que tomar una decisión. El apóstol Pablo animó a sus compañeros
creyentes a obedecer, aun cuando nadie estuviera mirando: «Siervos, obedeced en
todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren
agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios» (Colosenses
3:22).
Hacer lo correcto no debe depender de que
nuestro jefe esté cerca ni de que otra persona esté observando. Ser obediente
no siempre es sencillo ni conveniente. Pero es lo correcto.
Recuerda: «… al que sabe hacer lo bueno, y no
lo hace, le es pecado» (Santiago 4:17).
Nuestro carácter se mide por lo que hacemos cuando nadie
nos ve. (RBC)