Pero luego, me pregunto: ¿Por qué es mucho
más fácil ver la codicia de las aves que la mía? A menudo, quiero ocupar en la
«mesa de Dios» el lugar de otro, aunque sé que todo lo bueno procede de la
misma fuente (el Señor) y que su provisión nunca se acabará. Si Él puede
prepararnos una mesa aun en presencia de nuestros enemigos (Salmo 23:5), ¿por
qué nos preocupa que otro ocupe en la vida el lugar que nosotros deseamos?
El Señor puede darnos «en todas las cosas
todo lo suficiente» para que «[abundemos] para toda buena obra» (2 Corintios
9:8). Cuando reconozcamos la importancia de nuestra labor como ministros de la
gracia de Dios (1 Pedro 4:10), dejaremos de pelear para ocupar la posición de
otra persona y estaremos agradecidos por el lugar que Él nos ha dado para
servir a otros en su nombre.
Mirar a los demás
genera resentimientos; mirar a Dios satisface. (RBC)