Justo antes de que lo ungieran rey, Saúl se
consideraba integrante de una familia insignificante de la tribu más pequeña de
Israel (1 Samuel 9:21). No obstante, pocos años después, había erigido un
monumento en su honor y se había convertido en la autoridad suprema de su
conducta (15:11-12). El profeta Samuel lo confrontó por su desobediencia a Dios
y le recordó lo siguiente: «Aunque eras pequeño en tus propios ojos, ¿no has
sido hecho jefe de las tribus de Israel, y el Señor te ha ungido por rey sobre
Israel?» (v. 17).
La arrogancia es el primer paso en la
pendiente resbaladiza de lo que denominamos éxito. Empieza cuando nos
atribuimos personalmente las victorias que el Señor nos da y modificamos sus
mandatos para acomodarlos a nuestros deseos.
El éxito verdadero consiste en permanecer en
el sendero de Dios siguiendo su Palabra y alabándolo a Él, en vez de ansiar el
reconocimiento personal.
La humildad verdadera
le atribuye todo el éxito a Dios. (RBC)