Hace unos años, recibí una carta de un hombre
a quien no conocía, donde me decía que una nota que yo le había mandado a un
amigo que vivía cerca de allí lo había animado en un momento de agotamiento y
profunda desesperación. Ese amigo al que yo le había enviado la nota, se la
mandó a otro amigo, y así sucesivamente, hasta que la recibió el hombre que me
escribió.
Puede suceder que una palabra sencilla dada
con amor, guiada por la sabiduría de Dios y llevada sobre las alas del Espíritu
tenga consecuencias eternas en la vida de alguien.
¿No deberíamos acaso llenarnos de la Palabra
de Dios y transmitírsela a otros, orando para que el Señor la utilice para
concretar sus propósitos? (Isaías 55:1).
Como la flor no puede
decir qué será de su fragancia, tampoco nosotros anticipar cuál será nuestra
influencia. (RBC)