El miedo suele aparecer en nuestra vida
cuando corremos el riesgo de perder algo: riquezas, salud, reputación, posición
social, seguridad, familia, amigos. Revela nuestro deseo innato de proteger lo
que más nos importa en la vida, en vez de entregarlo plenamente al cuidado y
control divinos. Cuando el miedo se impone, nos incapacita emocionalmente y
debilita nuestra vida espiritual. Tenemos temor de hablarles a otros de Cristo,
de disponer de nuestra vida y recursos para ayudar a los demás o de aventurarnos
hacia terrenos desconocidos. Un espíritu temeroso es más vulnerable al ataque
del enemigo, el cual nos tienta para que no seamos fieles a las convicciones
bíblicas y nos hagamos cargo personalmente de las cosas.
Por supuesto, el remedio para el miedo es la
confianza en nuestro Creador. Solo cuando confiemos en la realidad de la
presencia, el poder, la protección y la provisión de Dios en nuestra vida,
podremos compartir el gozo que experimentaba el salmista, cuando dijo: «Busqué
[al] Señor, y él me oyó, y me libró de todos mis temores» (Salmo 34:4).
Confiar en Dios es el
remedio para un espíritu temeroso. (RBC)