David escribió abiertamente sobre sus
circunstancias: Violencia, opresión y luchas lo acosaban de todas partes,
generadas por la deslealtad de un viejo amigo (55:8-14). El miedo y el terror,
la angustia y el temblor, la ansiedad y la desazón lo abrumaban (vv. 4-5). ¿Es
extraño que deseara salir volando?
Pero era imposible escapar. No podía esquivar
su destino. Solamente podía entregarle a Dios sus circunstancias: «En cuanto a
mí, a Dios clamaré; y el Señor me salvará. Tarde y mañana y a mediodía oraré y
clamaré, y él oirá mi voz» (vv. 16-17).
Independientemente de cuáles sean nuestras
circunstancias (un ministerio agobiante, un matrimonio difícil, falta de
trabajo o una profunda soledad), podemos entregárselas al Señor. Si Él cargó el
peso de nuestros pecados, ¿acaso no quitará el agobio de nuestras angustias? Si
le hemos confiado nuestra alma eterna, ¿no podemos entregarle nuestras
circunstancias actuales? «Echa sobre el Señor tu carga, y él te sustentará…»
(55:22).
Como Dios nos cuida,
podemos entregarle nuestras angustias. (RBC)