Gordon Cosby cuenta que, mientras era pastor
de una iglesia en Estados Unidos, una viuda cuyo ingreso apenas alcanzaba para
alimentar y vestir a sus seis hijos colocaba fielmente todas las semanas cuatro
dólares en la ofrenda. Un diácono le sugirió que fuera a verla y le dijera que
podía usar ese dinero para su familia, en lugar de ofrendarlo.
Cosby siguió el consejo del diácono… lo cual
lamentó mucho. «Usted está tratando de quitarme la última cosa que me da
significado y dignidad», dijo ella. Esta mujer había descubierto el secreto de
dar: puede beneficiar al dador más que al receptor. Es verdad, los pobres
necesitan ayuda financiera, pero la necesidad de dar puede ser tan importante
como la de recibir.
La acción de dar nos recuerda que vivimos por
la gracia de Dios, como los pájaros y las flores. Estos componentes de la
creación divina no se preocupan por su futuro, y nosotros tampoco deberíamos
hacerlo. Dar nos brinda una manera de expresar nuestra confianza en que Dios se
ocupará de nosotros, tal como lo hace por las aves y los lirios (Mateo
6:25-34).
Al ofrendar dinero,
desarmamos su poder. (RBC)