«Todo tiene su tiempo», proclama el escritor
de Eclesiastés, «y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora» (3:1).
Después, enumera algunas de las etapas de la experiencia humana: nacimiento y
muerte, ganancias y pérdidas, lágrimas y risas, luto y baile. Así como las
estaciones de la naturaleza cambian, lo mismo sucede con las épocas de la vida.
Nuestras circunstancias nunca se mantienen igual por mucho tiempo.
A veces, recibimos bien los cambios en
nuestra vida. Pero a menudo, resulta difícil, en especial cuando implica
tristeza y pérdidas. Sin embargo, aun entonces podemos dar gracias de que Dios
no cambia. A través del profeta Malaquías, declaró: «Porque yo el Señor no
cambio» (Malaquías 3:6).
Como Dios es constante, podemos descansar en
Él durante las etapas cambiantes de la vida. El Señor está siempre presente con
nosotros (Salmo 46:1), su paz tiene poder para cuidar nuestro corazón
(Filipenses 4:7) y su amor proporciona seguridad para nuestra alma (Romanos
8:39).
La naturaleza
inmutable de Dios es nuestra seguridad durante los tiempos de cambio. (RBC)