Mientras caminaba con un amigo por un
sendero junto al antiguo Muro de Berlín, él me dijo: «Este es uno de esos
lugares “nunca digas nunca” de mi vida». Me explicó que, durante los años en
que el muro dividía la ciudad, había hecho una docena de viajes a través del
paso fronterizo Checkpoint Charlie para alentar a los cristianos que vivían
bajo constante vigilancia y oposición en Alemania del Este. En más de una
ocasión, los guardias de la frontera lo habían detenido, interrogado y
hostigado.
En 1988, él llevo a sus hijos a Berlín
Occidental, y les dijo: «Miren bien este muro porque, algún día, cuando traigan
a sus hijos aquí, seguirá estando». Un año después no estaba más.
Cuando Saulo de Tarso comenzó a atacar
a los seguidores de Jesús, nadie se imaginaba que alguna vez se convertiría en
discípulo de Cristo. «Jamás. Imposible». Sin embargo, Hechos 9:1-9 registra la
historia del encuentro enceguecedor de Saulo con Jesús en el camino a Damasco.
Pocos días después de ese acontecimiento que le cambió la vida, Saulo estaba
predicando en las sinagogas de aquella ciudad y diciendo que Jesús era el Hijo
de Dios, lo cual llenaba de asombro a todos los que lo escuchaban (vv. 20-21).
En lo que respecta a la obra de Dios en
las personas más complicadas que conozcamos, nunca deberíamos decir «nunca».