Mientras estuvo en casa durante un
tiempo, su nieta Addie empezó a preguntar una y otra vez: «¿Qué estás haciendo,
abuelo Davi?». Ya sea que trabajara en la computadora, pusiera los zapatos para
salir, sentara a leer o ayudara en la cocina, ella se ponía a su lado y
preguntaba qué estaba haciendo.
Después de contestarle algunas decenas
de veces, diciendo: «pagando cuentas», «yendo a la tienda», «leyendo el
periódico», «ayudando a la abuela», llegó a la conclusión de que ella estaba
haciendo una pregunta clave.
Contestarle a una niña curiosa sobre
todo lo que hacemos es una cosa, pero responderle a Dios sobre nuestros actos
es infinitamente más importante. ¿Acaso no sería útil pensar que el Señor se
pone a nuestro lado en cualquier momento para preguntarnos: «Qué estás
haciendo»? ¡Imagina cuántas veces nuestras respuestas parecerían sin sentido o
vacías!
«Paso toda la tarde viendo televisión»,
«como más de lo que debo», «paso otro día entero sin hablar contigo», «discuto
con mi cónyuge»… y la lista podría seguir, para vergüenza personal.
Se nos dice que debemos usar el tiempo
de manera cuidadosa, teniendo en mente glorificar a Dios (1 Corintios 10:31;
Colosenses 3:23). Pablo dijo: «… tengan cuidado de su manera de vivir» (Efesios
5:15 NVI). Así que, es una buena pregunta. Dios quiere saber: «¿Qué estás
haciendo?».