Cuando tenía alrededor de cinco años,
mi padre decidió que me hacía falta tener un caballo para que lo cuidara.
Entonces, compró una vieja yegua zaina, la llevó a casa y me la regaló. La
llamé Dixie.
Dixie era una bestia inmensa para mi
edad y estatura. Las monturas eran demasiado grandes y los estribos demasiado
largos para mis piernas, así que, la mayor parte del tiempo, montaba a pelo.
Como Dixie era gorda, mis pies
sobresalían hacia los costados, lo cual hacía que fuera difícil mantenerme
sentado. Pero cada vez que me caía, Dixie simplemente se detenía, me miraba y
esperaba mientras yo trataba de volver a subirme a su lomo. Esto me lleva a
destacar el rasgo más importante de mi yegua: Era maravillosamente paciente.
Por el contrario, yo no era nada
paciente con ella. No obstante, Dixie soportaba estoicamente mis caprichos
infantiles y nunca se vengaba. ¡Cómo me gustaría parecerme un poco más a mi
yegua y tener esa paciencia que pasa por alto una multitud de ofensas! Tengo
que preguntarme: ¿Cómo reacciono cuando otros me agravian? ¿Respondo con
humildad, mansedumbre y paciencia? (Colosenses 3:12) ¿O lo hago con
intolerancia e indignación?
Pasar por alto una ofensa, perdonar 70
veces 7, soportar la debilidad y los fracasos humanos, mostrar misericordia y
bondad a los que nos exasperan, controlar nuestro temperamento… en esto
consiste la obra de Dios.
El amor que se genera en Dios soporta y es paciente, se entrega y perdona. (RBC)