En el Imperio Romano, los paganos solían
invocar el nombre de una deidad cuando apostaban en un juego de azar. Una de
las deidades favoritas de los apostadores era Afrodita, el nombre griego de
Venus, la diosa del amor. Mientras el dado rodaba, decían: «¡Epafrodito!», que
literalmente significa «por Afrodita».
En el libro de Filipenses, leemos sobre un
griego convertido a la fe cristiana que se llamaba Epafrodito. Fue un compañero
íntimo de Pablo, que le resultó muy útil en su trabajo misionero. Sobre su
amigo, el apóstol escribió: «… Epafrodito, mi hermano y colaborador y compañero
de milicia…» (Filipenses 2:25).
Epafrodito era un espiritual hermano en
Cristo, un obrero fiel con quien compartía los esfuerzos del ministerio, un
valiente soldado de la fe y el portador de la carta inspirada a la iglesia de
Filipos. Era un ejemplo de hermandad, de ética laboral, de constancia
espiritual y de servicio. Sin duda, era buen merecedor de su reputación, la
cual demostraba que no vivía por una deidad pagana, sino por la fe en
Jesucristo.
Más importantes que nuestro nombre son las
cualidades cristianas que se ven en nuestra vida: fiabilidad, interés por los
demás, valor y sabiduría. ¿Qué palabras usaría la gente para describirte?
Si cuidamos nuestro
carácter, ¡nuestra reputación se cuidará sola! (RBC)