La Biblia nos llama a dar generosamente —sin
tristeza ni por necesidad— para sustentar la obra de Dios y para ayudar a la
gente (2 Corintios 9:7). Esta clase de ofrendas voluntarias suelen generar gozo
a quien las da. Cuando el rey David donó sus reservas personales de oro y de
plata para ayudar a construir el templo, muchos funcionarios israelitas
siguieron su ejemplo. Después de ofrendar bronce, hierro y piedras y metales
preciosos, «se alegró el pueblo por haber contribuido voluntariamente» (1
Crónicas 29:9).
Como parte de la celebración, David alabó a
Dios, diciendo: «…de lo recibido de tu mano te damos» (v. 14). Lo que señalaba
es que todo le pertenece al Señor. Recordar esta verdad nos permite dar con
desprendimiento, ya que simplemente estamos devolviéndole nuestros recursos a
su verdadero dueño: Dios.
La próxima vez que contribuyas con dinero en
efectivo, servicios o bienes para apoyar la causa de Cristo, evalúa tu actitud.
¿Estás dando generosa y voluntariamente? Dios ama al dador alegre.
Nuestra forma de dar
es más importante que la cantidad que ofrendamos. (RBC)