Una mañana temprano, el viento empezó a
soplar y las gotas de lluvia golpeaban mi casa como si fueran piedrecitas. Eché
un vistazo por la ventana, al cielo gris amarillento, y observé mientras los
árboles se balanceaban con el viento. Surcos hechos por los rayos iluminaban el
cielo, acompañados de truenos que hacían temblar. La electricidad iba y venía,
y yo me preguntaba cuánto duraría el mal tiempo.
Cuando pasó la tormenta, abrí mi Biblia
para empezar el día leyendo las Escrituras. Leí un pasaje de Job que comparaba
el poder del Señor con la fuerza en la atmósfera de una tormenta. Eliú, el
amigo de Job, dijo: «Truena Dios maravillosamente con su voz» (37:5). Además,
«Él cubre sus manos con el relámpago, y le ordena dar en el blanco» (36:32
lbla). Sin duda, Dios es «grande en poder» (37:23).
Comparados con Dios, los seres humanos
somos frágiles. No podemos auxiliarnos espiritualmente, sanar nuestro corazón
ni remediar las injusticias que solemos soportar. Felizmente, el Señor de la
tormenta se ocupa de personas débiles como nosotros; «se acuerda de que somos
polvo» (Salmo 103:14). Es más, «da esfuerzo al cansado, y multiplica las
fuerzas al que no tiene ningunas» (Isaías 40:29). Dado que Dios es fuerte,
puede ayudarnos en nuestras debilidades.