Hace varios años, estaba haciendo una
caminata junto al Río Salmón y me encontré con una arboleda de pinos que tenían
el tronco parcialmente descortezado. Un amigo mío, que es guardabosques, me
había contado que los aborígenes norteamericanos que cazaban en esta zona mucho
tiempo atrás habían quitado la corteza de los troncos y sacado la capa
subyacente para hacer goma de mascar. Algunas de las marcas eran horribles,
pero otras, llenas de sabia cristalizada y pulidas por el viento y el clima, se
habían transformado en figuras de una extraña belleza.
Así sucede con nuestras transgresiones.
Podemos llevar marcas de los pecados del pasado, pero esos pecados, de los que
nos hemos arrepentido y que ya pusimos delante de Jesús para que los perdonara,
pueden dejar marcas hermosas.
Algunas personas, después de haber
probado la amargura del pecado, ahora lo detestan. Odian el mal y aman la
rectitud. Tienen la belleza de la santidad.
Otros, al comprender lo lejos que se
encontraban (Romanos 3:23), tienen un corazón tierno hacia los demás. Se
muestran comprensivos, compasivos y bondadosos cuando otros fracasan. Tienen la
belleza de la humildad.
Por último, el perdón gratuito y
completo de los pecados lleva a tener intimidad con Aquel que ha mostrado
misericordia. Tales pecadores aman mucho porque mucho se les ha perdonado
(Lucas 7:47). Tienen la belleza del amor.
La fuente de la belleza es un corazón perdonado. (RBC)