A la gente no le gustan los cambios; al
menos, esto es lo que oigo. Pero, en general, los que más resistimos son
aquellos que creemos que empeorarán nuestra situación en vez de mejorarla.
Ilusionados, cambiamos de trabajo cuando esto significa mayor sueldo e
influencia o nos mudamos alegremente a una casa más grande en un mejor
vecindario. Así que, no es el cambio en sí lo que detestamos, sino aquello que
implica una pérdida; a veces, física, otras veces, emocional o psicológica.
Los cambios son tanto inevitables como
necesarios. Si todo sigue igual, nadie crece. Pero nosotros tenemos un Pastor
que nos guía a través de esos cambios y nos lleva a un lugar mejor. Llegar allí
quizá resulte difícil, como lo fue para los israelitas hasta que entraron en la
tierra prometida. Cuando su situación empeoraba en vez de mejorar, se quejaban
(Éxodo 15:24; Números 14:2). Pero tenemos el ejemplo de Jesús. En menos de una
semana, pasó de ser el líder de muchos a que todos lo abandonaran. Entre el Domingo
de Ramos y el Viernes Santo, el Buen Pastor se convirtió en el Cordero Pascual.
Como Cristo atravesó voluntariamente el sufrimiento, Dios lo exaltó al lugar
más elevado (Juan 10:11; Filipenses 2:8-9).
No todo cambio es agradable; sin
embargo, cuando Alguien que nos ama nos guía a un sitio mejor, no tenemos que
temer.
La fe en Dios nos mantendrá firmes en el tormentoso mar de los cambios. (RBC)