Siempre me llamó la atención una poesía
para niños llamada El pequeño Jack Horner: «El pequeño Jack Horner está sentado
en el rincón, comiendo un pastel de Navidad. Mete un dedo en el pastel, saca
una ciruela y dice: “¡Qué niño bueno que soy!”».
Parece extraño que Jack esté en un
rincón levantando su dedo cubierto de ciruela y diciendo: «¡Qué niño bueno que
soy!». Por lo general, los niños malos terminan castigados en un rincón. Al
parecer, está tratando de captar injustificadamente la atención para que le atribuyan
haber hecho un delicioso pastel.
Por naturaleza, nosotros queremos
llamar la atención y hacer alarde de nuestros logros y habilidades. A veces,
pensamos que de esto se trata la vida. Pero vivir de este modo es el peor de
los engaños. En realidad, nuestra condición pecaminosa nos ha puesto, desde el
punto de vista divino, «en el rincón». Gracias al Señor, el testimonio de Pablo
nos da la perspectiva correcta. A pesar de sus impresionantes credenciales, se
sometía alegremente a la supremacía de Cristo: «Pero cuantas cosas eran para mí
ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo» (Filipenses 3:7). El
apóstol admitía que, para «ganar a Cristo» (v. 8), tenía que dejar de lado
todos sus trofeos.
Así que, somete a Jesucristo toda
jactancia sobre lo que consideras tus derechos en la vida. O, como lo expresa
Pablo: «El que se gloría, gloríese en el Señor» (1 Corintios 1:31), ¡no en ti
mismo!
Sin Dios, no somos nada; así que, atribuyámosle todo el mérito a Él. (RBC)