Entre los más de 19.000 originales
epigramas escritos por el químico y autor Dr. O. A. Battista, está este:
«Habrás alcanzado el pináculo del éxito cuando hayas perdido el interés en el
dinero, los elogios y la publicidad». Por desgracia, suele suceder exactamente
lo opuesto cuando reconocen y recompensan algo que hemos hecho. Un corazón
humilde puede, en un instante, convertirse en un pecho hinchado.
Justo antes de que lo ungieran rey,
Saúl se consideraba integrante de una familia insignificante de la tribu más
pequeña de Israel (1 Samuel 9:21). No obstante, pocos años después, había
erigido un monumento en su honor y se había convertido en la autoridad suprema
de su conducta (15:11-12). El profeta Samuel lo confrontó por su desobediencia
a Dios y le recordó lo siguiente: «Aunque eras pequeño en tus propios ojos, ¿no
has sido hecho jefe de las tribus de Israel, y el Señor te ha ungido por rey
sobre Israel?» (v. 17).
La arrogancia es el primer paso en la
pendiente resbaladiza de lo que denominamos éxito. Empieza cuando nos
atribuimos personalmente las victorias que el Señor nos da y modificamos sus
mandatos para acomodarlos a nuestros deseos.
El éxito verdadero consiste en
permanecer en el sendero de Dios siguiendo su Palabra y alabándolo a Él, en vez
de ansiar el reconocimiento personal.
La humildad verdadera le atribuye todo el éxito a Dios. (RBC)