En la pared de la casa de un amigo mío,
que tiene junto a un lago, hay una colección de cuadros. Cada uno de ellos
muestra una foto de un atardecer, tomadas desde el muelle, en diversas
estaciones del año. Si bien todas son asombrosamente bellas, no hay dos
idénticas. Cuando las miro, me recuerda cómo definió una vez otro amigo el
atardecer: «La hermosa firma de Dios al final del día».
Dios escribe Su firma en cada ocaso y
también en cada uno de Sus hijos de manera particular. Nunca me canso de
reconocer cuán maravillosamente distinta es cada persona que conozco. La
creatividad de Dios no tiene límites, y la variedad de personalidades, de
sentidos del humor, de talentos y de preferencias en la música y en los
deportes es todo obra de Sus manos.
En el cuerpo de Cristo, podemos ver que
los diversos dones espirituales siguen teniendo un vínculo en común y pueden
obrar juntos para cumplir los propósitos de Dios y para darle gloria a Él. En 1
Corintios 12:4-6, leemos: «… hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el
mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay
diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el
mismo».
La firma de Dios, que es tan evidente
en la naturaleza, también está presente en Su pueblo. Celebremos las
diferencias que hacen que cada uno de Sus hijos sea único.