Las personas que tratan de ser simpáticas a
veces preguntan: «¿Siempre con mucho que hacer?». La pregunta parece inocente,
pero para mí transmite un mensaje sutil. En el fondo, constituye una prueba del
valor personal. Si no puedo recitar una lista de cosas que tengo que hacer,
siento como si estuviera admitiendo que no valgo demasiado.
Pero ¿Dios determina nuestro valor por lo
ocupados que estamos? ¿Calcula nuestra estima por la cantidad de cosas que logramos?
¿Nos recompensa por vivir al borde del agotamiento y descuidar nuestra vida?
Uno de los primeros versículos que aprendí
cuando era niña fue Mateo 11:28: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar». En aquella época, no tenía mucho sentido
para mí porque no entendía qué significaba el cansancio. Pero ahora que soy más
grande, me siento tentada a mantener el ritmo de este mundo para no quedarme
atrás.
Sin embargo los seguidores de Cristo no
tienen por qué vivir así, ya que Él no sólo nos libertó de la esclavitud del
pecado, sino también de la tiranía de tener que demostrar cuánto valemos.
Alcanzar muchos logros para Dios puede
hacernos sentir importantes, pero lo que realmente nos hace valiosos para Él es
lo que le permitimos llevar a cabo en nosotros: hacernos conforme a la imagen
de Su Hijo (Romanos 8:28-30).
Nuestro valor no depende de lo que hacemos para Dios,
sino de lo que Él ha hecho en nosotros. (RBC)