Durante los últimos años, mi tía Marlene ha
tenido problemas en el oído interno que hacen que pierda el equilibrio. Sin
preaviso, algo allí adentro se altera y ella se marea. Si trata de sentarse o
levantarse, un estado llamado vértigo se lo impide por completo y debe
recostarse. Ni el mayor de los esfuerzos puede contrarrestar el poder
desestabilizador y perturbador del oído interno. Como es una persona activa,
estos episodios le resultan desagradables y frustrantes.
A veces, la vida es así. Algo inesperado
complica nuestra rutina y nos hace perder el equilibrio. Quizá sea una mala
noticia que dice que perdimos el empleo o unos resultados perturbadores de un
análisis que nos mandó el médico. Incluso podría ser un ataque de nuestro
enemigo espiritual. En todos los casos, sacude violentamente nuestro equilibrio
emocional, y nos sentimos como si fuéramos incapaces de seguir de pie.
Esas
situaciones deberían instarnos a acudir a Dios. Cuando sentimos que estamos
perdiendo el equilibrio, Él puede ayudarnos al proporcionarnos los recursos
espirituales que nos permitan volver a estar erguidos. Pablo dice: «Por tanto,
tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y
habiendo acabado todo, estar firmes» (Efesios 6:13).
Cuando la vida nos desestabiliza, no tenemos
que frustrarnos. Con el poder de Dios que nos levanta y con su armadura que nos
protege, podemos seguir de pie y con fuerzas.
Podemos soportar cualquier
cosa si dependemos de Dios en todo. (RBC)