La idea de la música y los cuerpos celestes
no es nueva. Es más, cuando Dios se le reveló a Job, preguntó: «¿Dónde estabas
tú cuando yo fundaba la tierra? ¿[…] cuando alababan todas las estrellas del
alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios?» (Job 38:4, 7). Se nos relata
que, durante la creación de nuestro maravilloso universo, cánticos de alabanza
y exclamaciones de gozo resonaban para glorificar a Dios.
Un precioso himno de San Francisco de Asís
capta el asombro y la adoración que sentimos al ver el sol radiante durante el
día y el cielo salpicado de estrellas en la noche.
Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas,
especialmente en hermano sol, por quien nos das el día y nos iluminas. Alabado
seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, en el cielo las
formaste claras y preciosas y bellas.
«Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el
firmamento anuncia la obra de sus manos» (Salmo 19:1). La belleza de la
creación nos da razones para alabar a Dios.
La belleza de la
creación nos da razones para alabar a Dios. (RBC)