Los israelitas también alabaron a Dios en
medio de un desafío peligroso: un grupo numeroso de guerreros se había reunido
para pelear contra ellos (2 Crónicas 20:2). Después de pedirle
humildemente ayuda al Señor, el rey Josafat designó a un coro para que marchara
delante del ejército israelita. Estos adoradores cantaban: «Glorificad al
Señor, porque su misericordia es para siempre» (v. 21). Cuando empezaron a
cantar, Dios hizo que las fuerzas enemigas se atacaran y destruyeran entre sí.
Alabar a Dios en medio de un desafío tal vez
signifique dejar de lado nuestros instintos naturales. Tendemos a protegernos,
preocuparnos y aplicar estrategias; sin embargo, la adoración puede proteger
nuestro corazón de los pensamientos inquietantes y la dependencia propia. Nos
recuerda la lección que aprendieron los israelitas: «… no es [nuestra] la
guerra, sino de Dios» (v. 15).
No importa qué esté
por delante, Dios siempre está por detrás de nosotros. (RBC)