El
apóstol Pablo no estaba equivocado cuando dijo que los creyentes de Éfeso
estaban antes muertos… espiritualmente. Muertos en el sentido de que se
encontraban separados de Dios, eran esclavos del pecado (Efesios 2:5) y estaban
sujetos a la ira divina. ¡Qué condición tan desesperante!
Sin
embargo, Dios, en su bondad, se puso en acción para revertir esta condición,
tanto para ellos como para nosotros. El Dios vivo, «el cual da vida a los
muertos» (Romanos 4:17), derramó su abundante misericordia y gran amor al
enviar a su Hijo Jesús a este mundo. Mediante la muerte y la resurrección de
Cristo, somos hechos vivos (Efesios 2:4-5).
Cuando
creemos en la muerte y la resurrección de Jesucristo, pasamos de muerte a vida.
¡Ahora vivimos para regocijarnos en la bondad del Señor!
Aceptar
la muerte de Jesús me da vida. (RBC)