De
manera similar, tal vez no siempre queremos dirigirnos a Dios de inmediato
cuando tenemos un problema o luchamos en una determinada área. Sabemos que
podría aliviar al instante nuestro dolor, pero a Él le interesa más ocuparse de
la raíz del problema. Quizá temamos que nos revele cuestiones para las que no
estamos preparados o que no queremos resolver.
En
momentos así, es útil recordar que el Señor nos «trata como a hijos» (Hebreos
12:7). Aunque su disciplina pueda parecer dolorosa, también es sabia, y su
toque está lleno de amor. El Señor nos ama demasiado para dejarnos como
estamos; desea conformarnos a la semejanza de su Hijo Jesús (Romanos 8:29).
Podemos confiar más en los propósitos amorosos de Dios que en nuestra sensación
de miedo.
La
mano disciplinaria de Dios está llena de amor. (RBC)