En una breve biografía de San Francisco de
Asís, G. K. Chesterton comienza echando una mirada al corazón de este hombre
singular y compasivo, que nació en el siglo xii. Escribe: «Como San Francisco
no amaba a la humanidad, sino a los hombres, asimismo no amaba el cristianismo,
sino a Cristo. […]. El lector no puede ni siquiera comenzar a percibir el
sentido de una historia que probablemente a él le hubiera resultado sumamente
salvaje hasta comprender que, para este gran místico, su religión no era
cuestión de una simple teoría, sino algo parecido a un amorío».
Cuando a Jesús le pidieron que mencionara el
mandamiento más importante de la ley, contestó: «Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y
grande mandamiento» (Mateo 22:37-38). El que hizo la pregunta quería probar a
Jesús, pero el Señor le respondió con el elemento clave para agradar a Dios.
Primero y principal, nuestra relación con Él es una cuestión del corazón.
Si consideramos que Dios es un supervisor de
trabajo y pensamos que la obediencia es una carga, hemos pasado a formar parte
de aquellos a quienes el Señor les dijo: «Pero tengo contra ti, que has dejado
tu primer amor» (Apocalipsis 2:4).