En mayo de 1884, una joven pareja no se ponía
de acuerdo sobre el segundo nombre que le pondrían a su hijo recién nacido. La
mamá prefería Salomón; el papá, Shippe; ambos de familiares. Como John y Martha
no coincidían, acordaron ponerle «S». Así, Harry S. Truman se convertiría en el
único presidente de los Estados Unidos cuyo segundo nombre es una inicial.
Más de 120 años después, todavía se sabe
sobre este conflicto, pero también, que llegaron a una solución razonable.
En el Nuevo Testamento, leemos sobre otro
desacuerdo que trascendió en la historia. En este caso, fue entre dos
misioneros cristianos: Pablo y Bernabé (Hechos 15). Bernabé quería llevar a
Marcos con ellos en un viaje para visitar algunas iglesias a las que
anteriormente habían ayudado (v. 37), pero Pablo no confiaba en él debido a un
incidente previo (v. 38). El desacuerdo entre Pablo y Bernabé fue tan grave que
cada uno se fue por su lado (v. 39).
Dos mil años más tarde, todavía leemos sobre
esta discusión. Lo importante no es que ha trascendido en la historia, sino que
no dejó daños permanentes en esa relación. Aparentemente, Pablo se reconcilió
con Bernabé, y, en sus últimos días, le pidió a Marcos que se quedara con él,
diciendo: «… porque me es útil para el ministerio» (2 Timoteo 4:11).
Discusiones hay, pero debemos asegurarnos de
solucionarlas. Los rencores son cargas demasiado pesadas para llevar.