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Nosotros también podemos observar los problemas de los demás y pensar que a nosotros nunca podría sucedernos algo igual. En especial, si nuestro andar en la vida nos ha dado cierto éxito, seguridad financiera y armonía familiar. El rey David admitió que, en un momento de vanidad y de autosuficiencia, cayó en la trampa de sentirse invulnerable: «En mi prosperidad dije yo: No seré jamás conmovido» (Salmo 30:6). No obstante, reaccionó de inmediato y redirigió su corazón para alejarlo de tal jactancia. Recordó que anteriormente había enfrentado la adversidad y que Dios lo había liberado: «Has cambiado mi lamento en baile» (v. 11).
Ya sea que el Señor nos haya enviado bendiciones o pruebas, igualmente merece nuestra gratitud y nuestra confianza.
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En las buenas o en las malas, Dios es lo que más necesitamos.(RBC)