
Tiempo después, cuando Pablo les habló a los filipenses sobre sus sufrimientos, también declaró que Jesús es Señor. Les dio testimonio de que había llegado al punto de considerar todas sus experiencias como pérdida «por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Filipenses 3:8).
Tú y yo jamás vimos a Jesús calmando una tormenta ni resucitando a alguien de la muerte. No nos hemos sentado a Sus pies en una ladera de Galilea ni lo hemos escuchado enseñar. Sin embargo, a través de los ojos de la fe, hemos sido espiritualmente sanados por medio de Su muerte a nuestro favor. Por esta razón, podemos unirnos a Tomás, a Pablo y a muchísimas otras personas para reconocer a Jesús como nuestro Señor.
Jesús dijo: «Bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (Juan 20:29). Cuando nosotros creemos, también podemos decirle a Él: «¡Señor mío, y Dios mío!».

Aunque no podamos verlo con los ojos, podemos creer con el corazón: ¡Él es Señor!(RBC)