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Por alguna razón, las multitudes ignoran u olvidan rápidamente el bien que un hombre pobre o humilde logra mediante su sabiduría. Pero no importa. «Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque la ciencia del pobre sea menospreciada» (v. 16). Es preferible ser un sabio callado y honesto, aunque olvidado, que deja un legado de buenas acciones en vez de un necio arrogante y estridente que, aunque aplaudido, «destruye mucho bien» (v. 18).
Por lo tanto, lo que en definitiva importa no es el reconocimiento ni la gratitud por el trabajo que hemos hecho, sino las almas de aquellas personas amables en quienes hemos sembrado las semillas de justicia. Dicho de otro modo: «… la sabiduría es justificada por todos sus hijos» (Lucas 7:35). ¿A quién has influido con tu sabiduría avisada y piadosa?
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Una persona sabia aplica sus metas terrenales en las ganancias eternas. (RBC)