Jesús tenía una intimidad tan profunda con Su Padre y una dependencia tal, que dijo de sí mismo: «Lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho» (12:50). ¡Qué maravilloso sería tener una relación tan estrecha con nuestro Padre que supiéramos cómo responder con Su sabiduría!
Quizá esto pueda comenzar a lograrse si obedecemos el desafío de Santiago en cuanto a ser «pronto para oír, tardo para hablar» (1:19). Esta lentitud no tiene nada que ver con la ignorancia, la indiferencia, la timidez, la culpa ni la vergüenza, sino con el ritmo pausado de la sabiduría que nace de estar serenamente arraigado en el Señor y en Sus pensamientos.
A menudo, se nos dice que nos detengamos y que pensemos antes de hablar, pero yo creo que debemos ir mucho más allá y vivir de manera tal que estemos siempre atentos a la guía de la sabiduría divina.
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ESCUCHA A DIOS ANTES DE HABLAR COMO SU REPRESENTANTE.(RBC)