La mugre del hospital de la prisión impulsó al desesperado Ernest a pedir que lo trasladaran a un lugar más limpio… la morgue. Acostado en la suciedad de la casa de la muerte, esperaba morir. Sin embargo, todos los días, un compañero de prisión le lavaba las heridas y le insistía para que comiera parte de sus raciones. Mientras el tranquilo y sencillo Dusty Miller atendía a Ernest hasta que este recuperó la salud, le hablaba al agnóstico escocés sobre su fe en Dios y le mostró que, aun en medio del sufrimiento, hay esperanza.
La esperanza de la que leemos en las Escrituras no es un optimismo vacío y endeble, sino una expectativa firme y segura de que Dios hará lo que prometió. La tribulación suele ser el catalizador que produce constancia, temple y, finalmente, esperanza (Romanos 5:3-4).
Hace más de 70 años, en un brutal campo de prisioneros de guerra, Ernest Gordon aprendió, por experiencia, esta verdad, y dijo: «La fe aumenta cuando la única esperanza que queda es Dios» (ver Romanos 8:24-25).
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«La fe aumenta cuando la única esperanza que queda es Dios». (RBC)