El profeta Abdías sirvió durante la época en que Jerusalén enfrentaba un feroz ataque del ejército babilónico. Los vecinos de esa ciudad, los edomitas, alentaban al enemigo para que destruyera y matara (Salmo 137:7-9). Irónicamente, esas burlas hirientes provenían de consanguíneos de los judíos. Los edomitas eran descendientes de Esaú, y los judíos, de Jacob.
Abdías condenó a los edomitas por festejar la desgracia, diciendo: «Pues no debiste tú haber estado mirando en el día de tu hermano, en el día de su infortunio; no debiste haberte alegrado de los hijos de Judá en el día en que se perdieron» (Abdías 1:12).
Si alguien ha estado lastimándonos continuamente, es fácil ceder al placer reivindicador cuando esa persona tiene una desgracia. Sin embargo, la Escritura nos amonesta: «Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes, y cuando tropezare, no se alegre tu corazón» (Proverbios 24:17). Más bien, debemos tener una actitud compasiva y perdonadora, y confiar en la justicia oportuna de Dios.
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El amor a Dios puede medirse mediante el amor que mostramos hacia nuestro peor enemigo. (RBC)