Sixteen Tons [Dieciséis
toneladas], escrita por Merle Travis y grabada por Tennessee Ernie Ford, se
convirtió en la canción más popular de mediados de la década del cincuenta. La
gente parecía identificarse con el lamento de este minero, que se sentía
atrapado e incapaz de cambiar su situación, sin importar cuánto se esforzara.
Los obreros de las minas de carbón solían vivir en casas de la compañía y se
les pagaba con «bonos»: unos cupones que solo tenían validez en las tiendas que
también pertenecían a la empresa. Aunque se lo citara para ir al cielo —decía
el minero—, no podría hacerlo, porque le debía su alma a la tienda de la
compañía.
Este sentimiento de desesperante
resignación puede ayudarnos a entender cómo se sentía el pueblo hebreo durante
sus 400 años de esclavitud en Egipto. Cuando Moisés les dijo que Dios había
prometido liberarlos de la opresión, no le prestaron atención «a causa de la
congoja de espíritu» (Éxodo 6:9). Estaban tan profundamente hundidos que no
podían mirar hacia arriba.
Pero Dios hizo a su favor algo
que ellos mismos no podían hacer. La liberación milagrosa que el Señor otorgó a
Su pueblo simboliza Su intervención poderosa a nuestro favor por medio de Su
Hijo Jesucristo. «Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió
por los impíos» (Romanos 5:6).
Cuando la vida está en su punto
más bajo, todavía hay esperanza, por la maravillosa gracia de Dios.
No
desespera aquel cuya esperanza está en Dios.
(RBC)