MARIAN ANDERSON
Cuando Marian, su primogénita, alcanzó fama internacional como cantante clásica, Anna seguía orando por ella, y siempre le atribuía a Dios el reconocimiento por el éxito de su hija. Los periodistas que le preguntaron cómo se sentía después de asistir al concierto de Marian en el Carnegie Hall y en su debut con la Metropolitan Opera, la escucharon decir: «Damos gracias a Dios». Su respuesta no era un cliché, sino una gratitud sincera al Señor.
En vez de lamentarse por lo que le faltaba, Anna Anderson agradecía por lo que tenía y lo utilizaba para la gloria del Señor. Hoy podemos seguir su ejemplo con fe y confianza, y desde lo profundo de nuestro corazón decir: «Damos gracias a Dios».
La gratitud es una marca de santidad. (RBC)