Trató de acallar la suave voz interna que lo
instaba a ayudarla, pero no pudo. Pensó en varias razones para no involucrarse.
En primer lugar, empezar una conversación con extraños no era una de sus
virtudes; en segundo lugar, tenía miedo de que lo malinterpretara. Pero pensó
que Dios lo estaba induciendo y no quería arriesgarse a desobedecer.
Cuando la vio que salía del tribunal, le
habló. «Señora —le dijo—, escuché su testimonio en la corte y creo que Dios
quiere que la ayude».
Al principio, Lucila desconfiaba, pero
Gabriel le aseguró que su actitud era sincera. Hizo unas llamadas telefónicas y
la conectó con gente de una iglesia local que le brindó la ayuda que ella
necesitaba para no perder su casa.
Dios nos ha llamado a un servicio activo (1
Juan 3:18). Cuando sentimos que Él nos motiva a ayudar a alguien, debemos estar
dispuestos a decir: «Estoy convencido de que el Señor quiere que te ayude».
Nada nos hará sentir
mejor que cuando servimos a los demás. (RBC)