En esta época, abocada a honrar a cualquiera,
hablemos de vivir a la altura de la palabra hombre. Tratamos de ser machos y
fuertes, pero, a menudo, es una simple apariencia. Por más que nos esforcemos
al máximo, nos damos cuenta de que no es suficiente. Debajo de las
bravuconadas, albergamos una gran cantidad de miedos, inseguridades y defectos.
Gran parte de nuestra hombría es una simple fanfarronada.
Pablo era lo suficientemente hombre como para
admitirlo: «Pues también nosotros somos débiles…» (2 Corintios 13:4). Esto no
es una palabrería santurrona, sino una realidad aleccionadora. No obstante, en
lo que parece ser una contradicción, el apóstol insistió en que debemos
comportarnos «varonilmente» (1 Corintios 16:13).
¿Cómo podemos ser la persona fuerte que Dios
quiso que fuéramos? Únicamente, poniéndonos en sus manos y pidiéndole que nos
haga así por medio de su poder y capacitación.
La fuerza verdadera
es tener el poder de Dios en el alma. (RBC)