Esos desafíos me ayudaron a entender por qué
no podemos ver la vida como Dios la diseñó. El pecado oscurece la belleza que
el Señor quiere que disfrutemos. A veces, el pecado está adentro: nuestro
egoísmo nos empaña la visión, y hace que nos consideremos más importantes de lo
que somos y olvidemos los intereses de los demás. Otras veces, ese pecado está
afuera: las injusticias de otros nos hacen llorar desconsolados y las lágrimas
nos impiden ver la bondad del Señor. Venga de donde venga, el pecado no nos
permite observar cuán maravillosa y gloriosamente diseñó Dios la vida.
Aunque «ahora vemos todo de manera
imperfecta, como reflejos desconcertantes» (1 Corintios 13:12 ntv), percibimos
lo suficiente como para saber que Dios es bueno (Salmo 34:8). Las muchas cosas
extraordinarias que Él ha revelado nos ayudarán a dejar el pecado y actuar para
reducir sus consecuencias en el mundo.
La única manera de
ver la vida claramente es enfocándonos en Dios. (RBC)