Tener dos ojos sanos no es suficiente
para ver con claridad. Lo sé por experiencia. Después de una serie de cirugías
oculares por un desprendimiento de retina, ambos ojos podían ver bien, pero se
negaban a cooperar el uno con el otro. Un ojo veía cosas que estaban lejos, y
el otro, las que estaban cerca. Pero en vez de trabajar juntos, luchaban para
lograr la primacía. Hasta que me prescribieron gafas nuevas tres meses más
tarde, mi vista siguió fuera de foco.
Algo parecido ocurre con nuestra visión
de Dios. Algunas personas se enfocan mejor en Él cuando lo ven «de cerca»;
cuando consideran que está íntimamente presente en su vida cotidiana. Otros
creyentes ven al Señor con más claridad «de lejos» o mucho más allá de lo que
podamos imaginarnos; gobernando el universo con poder y majestad.
Mientras la gente discute sobre qué
visión es mejor, la Biblia actúa como un par de gafas recetadas que nos ayudan
a ver que ambas posiciones son correctas. El rey David presenta ambas
perspectivas en el Salmo 145: «Cercano está el Señor a todos los que le
invocan…» (v. 18), y «grande es el Señor, y digno de suprema alabanza; y su
grandeza es inescrutable» (v. 3).
Gracias al Señor, nuestro Padre
celestial no solo está cerca para escuchar nuestras oraciones, sino que también
está muy por encima de nosotros con su poder que puede suplir toda necesidad.