En la trilogía de la Guerra de
las galaxias hay una escena que me recuerda a algunas personas de la iglesia.
En un establecimiento de algún rincón remoto de la galaxia, unas criaturas de
aspecto grotesco comparten música y comida. Cuando Lucas Skywalker entra con
sus dos droides, C3PO y R2D2 (que son más «normales» que los otros),
sorprendentemente lo rechazan con un cortante desplante: «¡Aquí no atendemos
seres de esa clase!».
Esta extraña escena reproduce la
enfermedad contra la que todos luchamos en nuestras relaciones interpersonales
aquí en la Tierra. Siempre estamos más cómodos con personas que son como
nosotros. Pero piensa dónde estarías si Jesús hubiese sentido lo mismo. Él era
divino, perfecto en todo aspecto, lo cual lo hace totalmente diferente a
nosotros. No obstante, vino a morar entre nosotros y a morir en nuestro lugar.
Los que seguimos a Cristo
deberíamos quitar de nuestro vocabulario la frase «no son de mi clase». Tal
como nos recuerda Pablo, en Él «… no hay judío ni griego; no hay esclavo ni
libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús»
(Gálatas 3:28). Así que, aunque los demás tengan actitudes, perspectivas, raza,
clase, inclinación política o posición social diferentes, esto no debería
condicionar a quiénes les proclamamos el nombre de Jesús con nuestra vida.
¡Busca hoy a alguien que no sea
de tu clase y háblale del amor de Cristo!
Ama a tu prójimo… ¡aunque no sea de tu clase! (RBC)