En
nuestra vida espiritual, también necesitamos anclas que nos mantengan firmes.
Cuando Dios llamó a Josué para que guiara a su pueblo, después de la muerte de
Moisés, le dio anclas de promesa, en las que podía confiar en tiempo de prueba.
El Señor le dijo: «… estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. […] el
Señor tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas» (Josué 1:5, 9). Dios
también les dio a Josué y a su pueblo el «libro de la ley», para que lo
estudiaran y lo cumplieran (vv. 7-8). Esto, junto con la presencia del Señor,
eran anclas en las que los israelitas podían confiar, al enfrentarse a muchos
desafíos.
Cuando
nos encontramos en medio de sufrimientos o las dudas amenazan nuestra fe,
¿cuáles son nuestras anclas? Podríamos empezar con Josué 1:5. Aunque nuestra fe
parezca debilitarse, si está anclada en las promesas y la presencia de Dios, Él
nos sostendrá.
Cuando
sentimos el fragor de la tormenta, comprobamos la fortaleza del ancla. (RBC)