Esta extraña escena reproduce la enfermedad
contra la que todos luchamos en nuestras relaciones interpersonales aquí en la
Tierra. Siempre estamos más cómodos con personas que son como nosotros. Pero
piensa dónde estarías si Jesús hubiese sentido lo mismo. Él era divino,
perfecto en todo aspecto, lo cual lo hace totalmente diferente a nosotros. No
obstante, vino a morar entre nosotros y a morir en nuestro lugar.
Los que seguimos a Cristo deberíamos quitar
de nuestro vocabulario la frase «no son de mi clase». Tal como nos recuerda
Pablo, en Él «… no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón
ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28). Así
que, aunque los demás tengan actitudes, perspectivas, raza, clase, inclinación
política o posición social diferentes, esto no debería condicionar a quiénes
les proclamamos el nombre de Jesús con nuestra vida.
¡Busca hoy a alguien que no sea de tu clase y
háblale del amor de Cristo!
Ama a tu prójimo…
¡aunque no sea de tu clase! (RBC)