Mi experiencia con la deshidratación me permite
apreciar mejor la invitación de Jesús: «… Si alguno tiene sed, venga a mí
y beba» (Juan 7:37). Su declaración fue dramática; en particular, con respecto
al momento. Juan señala que era «el último y gran día de la fiesta», la
conmemoración anual de la peregrinación de Israel en el desierto, que concluía
con una ceremonia en la que se derramaba agua por los escalones del templo para
recordar la provisión divina a los peregrinos sedientos. En ese instante, Jesús
se puso en pie y proclamó que Él es el agua que todos necesitamos
desesperadamente.
Para nuestro bienestar espiritual, es vital
que vivamos con una verdadera necesidad de Cristo, hablando con Él y
dependiendo de su sabiduría. Por lo tanto, mantente conectado con Jesucristo:
¡solo Él puede satisfacer la sed de tu alma!
Acude a Jesús para
recibir el poder renovador de su agua viva. (RBC)