“Una
noche, mientras extendíamos nuestras bolsas de dormir, una pareja con su perro
nos preguntó si podía acampar cerca. Aceptamos con agrado la compañía y nos
acostamos. Ellos ataron el perro a una estaca junto a su tienda. Unas
horas después, mi padre me despertó y encendió su linterna. Con la luz, pudimos
ver varios pares de ojos amarillos espiando entre las sombras. Un grupo de
coyotes que gruñían y mostraban los dientes estaban rodeando al perro. Aunque
los espantamos y nuestros vecinos metieron el perro en la tienda, nos
despertamos a cada rato.” (D.H.R.– escritor americano).
Pienso en aquella historia cuando leo el
Salmo 59 y veo la frase que, casi idéntica, David repite dos veces:
«Volverán a la tarde, ladrarán como perros…» (vv. 6, 14). Pensaba en el
ejército de Saúl que estaba acercándose. No obstante, a mí me trae a la mente
los pensamientos que regresan amenazantes, en la noche, gruñendo y mostrando
los dientes: «eres un estúpido», «un fracasado», «un inútil», «nadie te
necesita».
Cuando esto suceda, podemos deleitarnos en el
amor incondicional e infinito de Dios. Su inalterable fidelidad es nuestro
refugio en la noche oscura de la duda y el temor (v. 16).
Saber que Dios nos
ama disipa toda duda. (RBC)