Como resultado de esa experiencia, el
embajador Kiplagat aprendió lo importante que es respetar a todas las personas.
«Uno no desestima a la gente por ser inculta, por ser negra, por ser blanca,
por ser mujer, por ser vieja o joven. Todo encuentro es algo sagrado, y debemos
valorarlo —dijo el embajador. —Uno nunca sabe qué enseñanza puede haber allí».
La Biblia confirma que esto es cierto. Naamán
era un gran hombre en Siria cuando se enfermó de ese terrible mal que es la
lepra. Una joven sierva, a quien él había capturado, le dijo a su esposa que el
profeta Eliseo podía curarlo. Como Naamán estuvo dispuesto a prestarle atención
a esta humilde muchacha sirviente, se salvó de morir y llegó a conocer al único
Dios verdadero (2 Reyes 5:15).
El Señor suele hablarnos a través de aquellos
a quienes pocos están dispuestos a escuchar. Para oír a Dios, asegúrate de
escuchar a los humildes.
Dios utiliza personas comunes para llevar a cabo Su plan,
que es fuera de lo común. (RBC)