Durante nuestras vacaciones en Alaska,
vi gran parte del panorama a través de las ventanillas de vehículos en
movimiento. Estaba agradecido por los vidrios que me permitían ver la belleza y
mantenerme seco y abrigado. Pero las ventanillas también representaban un
desafío: cuando llovía, las gotas por fuera obstaculizaban la visión, y cuando
cambiaba la temperatura, se empañaban por dentro.
Esos desafíos me ayudaron a entender
por qué no podemos ver la vida como Dios la diseñó. El pecado oscurece la
belleza que el Señor quiere que disfrutemos. A veces, el pecado está adentro:
nuestro egoísmo nos empaña la visión, y hace que nos consideremos más
importantes de lo que somos y olvidemos los intereses de los demás. Otras
veces, ese pecado está afuera: las injusticias de otros nos hacen llorar
desconsolados y las lágrimas nos impiden ver la bondad del Señor. Venga de
donde venga, el pecado no nos permite observar cuán maravillosa y gloriosamente
diseñó Dios la vida.
Aunque «ahora vemos todo de manera
imperfecta, como reflejos desconcertantes» (1 Corintios 13:12 ntv), percibimos
lo suficiente como para saber que Dios es bueno (Salmo 34:8). Las muchas cosas
extraordinarias que Él ha revelado nos ayudarán a dejar el pecado y actuar para
reducir sus consecuencias en el mundo.