Estaba frustrado de que, a pesar de mis
repetidas solicitudes, las luces de la calle en el frente de mi casa seguían
apagadas. Como no tenemos aceras y hay tanta distancia entre una luz y la otra,
es importante que cada una funcione para iluminar en la oscuridad. Estaba
preocupada porque temía atropellar a algún niño que iba a la escuela mientras
yo salía del garaje temprano por la mañana.
La idea de la luz se usa con frecuencia
en la Biblia. Jesús dijo que Él es la luz del mundo (Juan 9:5). Se nos dice que
debemos ponernos «las armas de la luz» al vestirnos del Señor (Romanos
13:12-14). Y Mateo 5:16 nos indica que debemos dejar que «alumbre [nuestra] luz
delante de los hombres, para que vean [nuestras] buenas obras, y glorifiquen a
[nuestro] Padre que está en los cielos».
Una luz que no brilla ha dejado de ser
útil. Jesús dijo que nadie esconde una luz debajo de un cesto, sino que la
coloca en un candelero para que ilumine todo lo que está a su alrededor (Mateo
5:15). Nuestra luz (nuestras acciones) debe señalar hacia Aquel que es la luz.
No tenemos luz propia, sino que brillamos al reflejar la de Cristo (Efesios
5:8).
Dios nos ha colocado a cada uno de
nosotros en un entorno específico que nos permitirá brillar con Su luz. No seas
como un farol quemado en la calle. ¡Resplandece!
Ya sea que actúes como una vela en un rincón o como un faro sobre una montaña, resplandece. (RBC)